Trump despide al jefe del Pentágono mientras sigue sin admitir la derrota electoral

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Washington, 9 de noviembre de 2020 (Agencias).- Para Donald Trump, este fue un lunes más en la oficina. El republicano sigue sin reconocer la derrota electoral declarada el pasado sábado, no ha recibido al presidente electo, el demócrata Joe Biden, en el Despacho Oval, como manda la tradición, y continúa disponiendo y gobernando como si nada hubiese ocurrido.

Tanto es así que este mediodía ha anunciado, al más puro estilo trumpista —en un mensaje de Twitter, mayúsculas y signos de exclamación—, el despido del jefe del Pentágono, Mark Esper. Este había dejado en evidencia al mandatario el pasado verano a cuenta de los disturbios en las ciudades, que el presidente quería frenar echando mano del Ejército. Con el cese, Trump demuestra que piensa morir matando.

“Me alegra anunciar que Christopher C. Miller, el muy respetado director del Centro Nacional de Antiterrorismo (confirmado en el Senado por unanimidad), será el secretario interino de Defensa con efecto inmediato. ¡Chris hará un GRAN trabajo! Mark Esper ha sido cesado. Me gustaría darle las gracias por su servicio”, ha publicado el mandatario en su cuenta de Twitter. Horas antes, se había congratulado de las últimas noticias relativas a la investigación de la vacuna del coronavirus y el acelerón que provocó en las Bolsas. La farmacéutica Pfizer y su socio alemán BioNTech habían anunciado que era “eficaz en un 90%”.

I am pleased to announce that Christopher C. Miller, the highly respected Director of the National Counterterrorism Center (unanimously confirmed by the Senate), will be Acting Secretary of Defense, effective immediately..

— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) November 9, 2020

Mientras Biden también sigue su propio camino, pone en marcha el consejo de asesores para la covid-19 y un equipo de transición desde su ciudad, Wilmington (Delaware), a 90 minutos de allí, en el número 1600 de la avenida Pensilvania, permanece un presidente obcecado en una batalla judicial para tumbar los resultados electorales. Trump no habla con la prensa, ni tiene actos convocados, pero sigue tuiteando y no olvida a sus enemigos.

El encontronazo público con Mark Esper tuvo lugar este verano, cuando el republicano amenazó con desplegar el Ejército en las calles, sin el visto bueno de los Estados, con el fin de contener la deriva violenta de las protestas contra el racismo, que mayoritariamente eran pacíficas. “No apoyo la invocación de la Ley de Insurrección”, dijo el jefe del Pentágono, “estas medidas solo deberían utilizarse como último recurso y en las situaciones más urgentes y extremas. No estamos en una de esas situaciones ahora”. “Siempre he pensado que la Guardia Nacional es más adecuada para lidiar con cuestiones interiores”, subrayó.

Pocas semanas después se abriría otro frente entre el presidente y el jefe del Pentágono, esta vez, con relación a los símbolos de la América confederada.

La muerte del afroamericano George Floyd en un brutal arresto policial en Minneapolis (Minesota) a finales de mayo provocó una catarsis en Estados Unidos sobre el racismo. Ese proceso de examen puso en el punto de mira todas esas estatuas y banderas que aún campan por distintos puntos de la geografía y celebran el pasado esclavista del país. Ante un conflicto así, Trump tuvo claro su bando: defender la vigencia de la simbología confederada como seña de la identidad nacional. Por contra, a mediados de julio, el Pentágono dio unas nuevas directrices que, de facto, prohíben la enseña de la discordia en sus instalaciones.

“Las banderas que icemos deben concordar con los imperativos militares de buen orden y disciplina, tratando a todo el mundo con dignidad y respeto, y rechazando los símbolos divisivos”, decía Esper en el memorando del Pentágono, que no citaba explícitamente la bandera confederada, pero las eliminaba de la lista de permitidas.

La suerte de Esper parecía cantada desde el verano y, en los últimos días, habían circulado noticias de que el secretario de Defensa había preparado una carta de dimisión. Sin embargo, en una entrevista publicada este lunes por Military Times, concedida por Esper el pasado 4 de noviembre, el jefe del Pentágono sostenía que no pensaba renunciar, aunque no tenía claras las intenciones del mandatario.

Nacido en Uniontown (Pensilvania) hace 56 años, era un militar retirado cuando Trump lo incorporó a su Administración en noviembre de 2017 para hacerse cargo del Ejército de Tierra. Veterano de guerra del Golfo (1990-1991), con experiencia en el Congreso y como lobista, había sido compañero de clase del actual secretario de Estado, Mike Pompeo, en la academia militar de West Point. En julio de 2019, tras meses de interinidad (a raíz de la turbulenta renuncia de Jim Mattis), Trump lo nombró secretario de Defensa.

El republicano no ha querido mantenerle en el puesto el tiempo que le queda en el Gobierno, que cambiará de manos el 20 de enero. Su sustituto, Christopher Miller, es un boina verde que combatió en las guerras de Afganistán e Irak. También había servido como principal cargo del área antiterrorista en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.

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